Eduardo
Gautreau de Windt*
El poeta pretende ser
eterno, trascender los linderos del tiempo y las fronteras, el poeta pretende
ser ciudadano del Mundo. Ningún dolor le es ajeno, no se lo permite su
sensibilidad.
María Palitachi es
una viajera incansable, aspira a ser ciudadana del Mundo, aunque es de aquí… y
de allá, pues vive en tránsito
en tránsito he pasado puertos mientras
la guerra de los mundos altera la historia
como una cinta de auto destrucción
María vive de la
palabra, como toda poeta. Se nutre de lo cotidiano, pero vive en Guerra. En una
guerra constante con lo cotidiano, con el olvido, con los abusos de poder, con
las injusticias. Ahora, como Celaya, utiliza su palabra como arma; arma de
denuncia. Y recorre el mismo camino de los poeta españoles que cantaron el
horror de su Guerra Civil, como el inmenso Miguel Hernández, o los dominicanos
como René del Risco, o los nicaragüenses, como su ídolo Ernesto Cardenal; como
tantos, antes y después. La verdad es que las guerras han sido motivo de cantos
y poemas, al margen del dolor y la destrucción que causan.
Ahora, Palitachi
deambula por la cotidianidad de Mesoamérica, y se enclava en la desgarrada
Nicaragua que se desangran en una solapada guerra de poder.
Nica
estas cansada
de
balas erróneas, cuerpos agonizantes
saqueada
de tragar el silencio de tus muertos.
Tu
tierra teñida de dolor y de una bandera
que
a pesar de todo baila al compás del aire
y
resguarda en el recuerdo su libertad.
Nica
estas cansada del miedo detonado
que
acumula poca esperanza y mucha angustia
por
los chavalos desaparecido y silenciados
injustamente entre las rejas del temor.
Nos relata que las
calles son senderos desiertos, son senderos de guerra, son sendas para la
muerte, nos nombra, como si los conociera, a los muertos, jóvenes que han
derramado su sangre por lo que creen. Hace suya una patria que no es suya, mas
que no le es ajena, por ser latinoamericana, por ser poeta y, se me antoja, que
más aún, por ser tierra de poetas ancestrales, cuna de festivales, y, de manera
precisa patria de Cardenal, de Darío, de Gioconda Belli, de Coronel Ultrecho,
de Murillo, en fin, de tantos amigos suyos, hermanados por la poesía y el vino,
por las noches a la intemperie, al son de las guitarras, y por el polvo de los
caminos recorridos, por puertos y aeropuertos, por el dolor y el miedo, por el
canto y la risa. Y por último, en la Guerra de Nicaragua, sé que María, ve los
recuerdos de otra guerra que vivió, en un abril que no se olvida, hace más de
media centuria… en 1965.
Es que María usa su
dolor, sus nostalgias, sus vivencias, que le acompañan en su peregrinar por
este Mundo, y que luego llevará a cuesta por todo el Universo.
Al final, luego de la
lectura de esta obra, sencilla, plagada de cotidianidad, de dolor, de
desesperanza y denuncia, por el pueblo hermano, solo me abstraigo al
reflexionar en la gran paradoja de la política y la Historia: los sandinistas,
ayer, fueron motivo de orgullo, ejemplos de justicia, de libertad, de Vida.
Hoy, ellos son los sojuzgadores de su mismo pueblo, ¡Qué ironía!
Ojalá, que así como
perduran los cantos de Cardenal a aquella gesta, los cantos de los García
Godoy, por aquellos combatientes, por los hombres y mujeres que cayeron
luchando por aquella libertad, perdure por lo menos un fragmento de esta Nica
de Palitachi, como parte de la memoria de esta misma Nicaragua de hoy. Mientras
tanto, para no seguir escuchando las metralletas y los golpes de los cuerpos jóvenes de hoy
que caen en las calles de Managua, ahogo en mi garganta la bella canción que
dice: “Ay, Nicaragua, Nicaraguita / La flor más linda de mi querer / Abonada
con la bendita Nicaraguita / Sangre de Diriangen”.
Santo
Domingo, República Dominicana.
30
de junio 2018
* El autor es poeta, ensayista, narrador y dramaturgo.